martes, 7 de julio de 2015

Bipolaridad y colecho

Uno de mis mayores temores cuando estaba embarazada, como lo he contado en entradas anteriores, era que sobreviniera una crisis producto de la falta de sueño asociado a la llegada de un recién nacido. Por eso me interesé particularmente en programas y estudios que hablaban sobre el tema.

Más o menos a la mitad de mi embarazo vi un programa en la televisión donde varias parejas con recién nacidos participaron en un experimento: un grupo de padres practicó el colecho (es decir, dormir los tres en la misma cama), otro grupo de padres durmió con el bebé dentro de la habitación, pero colocaron al bebé en una cuna, y un tercer grupo de padres durmió con el bebé fuera de la habitación. El resultado fue que aquellos que durmieron con el bebé fuera de la habitación se levantaron varias veces por la noche y sintieron que descansaron peor, mientras que aquellos que practicaron el colecho se sentían más descansados.

Por esos días me regalaron el libro de Carlos González, Bésame mucho, lo que vino a confirmar aquello que vi en televisión. Así que, llegado el momento, mi pareja y yo optamos por practicar el colecho.

Cierto que los primeros días sentía que no descansaba lo suficiente, que sentía que me quedaba dormida con el bebé en brazos mientras lo amamantaba y que me preguntaba cuándo podría hacer otra cosa que no fuera amamantar y cambiar pañales. Pero luego, poco a poco, todo se fue haciendo más fácil. Y lo mejor fue cuando mi bebé fue lo suficientemente grande como para amamantarlo acostada y ya no era necesario cambiarle el pañal durante la noche. Entonces conocí lo grato que es amamantar y practicar el colecho: mi hijo y yo solíamos dormir diez horas juntos. Los despertares para alimentarse o para volver a caer en un sueño profundo fueron haciéndose cada vez menos perceptibles. No fue sino hasta hace muy poco, pasados ya dos años, que empecé a sentir que me despierto más temprano por voluntad propia y sin que sienta que necesito dormir más.

Dos años.

¿Suena mucho? Tal vez, pero agradezco infinitamente que mi trabajo me permitiera ese lujo. Sí: no tenemos otros grandes lujos y ha habido etapas en las que cada centavo cuenta, pero prefiero el lujo de dormir y descansar todo lo que mi cuerpo necesita. Eso significa una pareja más sana, una madre más tranquila y una mujer más feliz.

Todavía dormimos con nuestro hijo.


lunes, 1 de junio de 2015

Todo es cuestión de llevar una vida tranquila

¡Pero qué olvidado tengo este espacio!
La última entrada que escribí la escribí embarazada y mi hijo ahora ya pasa de los dos años.
Lo cierto es que, con su llegada, hay menos tiempo para este tipo de actividades que solía hacer en los ratos libres. En estos dos años, todos mis ratos han sido para él y con él. ¡Pero estoy feliz de que haya sido así!
Uno de mis mayores temores cuando estaba embarazada era que el sueño interrumpido y el cansancio que suelen asociarse con la presencia de un bebé me tumbaran en otra crisis. Y sí que recuerdo un par de ocasiones en que estuve a punto de sucumbir (espero compartirlo pronto), pero la presencia y el apoyo incondicional de mi esposo hizo que quedaran en eso: avisos de alerta y nada más.
Hoy más que nunca creo que sí es posible vivir feliz.
Como dijo la ex-posa de John Nash: "Todo es cuestión de llevar una vida tranquila"

martes, 13 de noviembre de 2012

Alegrías mexicanas

Pues bien, hoy me encontré con esta noticia: el amaranto contiene serotonina y, por lo tanto, funciona como un antidepresivo natural.
La noticia me pareció maravillosa, porque me gusta encontrar alternativas más naturales para contrarrestar los efectos del trastorno. Me parece maravillosa también porque tengo entendido que otras opciones, como el litio por ejemplo, tienen el efecto secundario de subir de peso en algunas personas. En cambio, además de la serotonina, el amaranto es un excelente alimento por su valor nutricional: tiene proteína, calcio y hierro.
En México, desde hace mucho que se saben sus propiedades alimenticias, y con él se elabora una delicia de dulce típico: las alegrías.
Tal parece que el nombre del dulce tradicional mexicano le viene muy bien. Me pregunto si algo tendrá que ver.

martes, 6 de noviembre de 2012

He aquí otra vez el miedo


Ayer me dio una pequeña crisis, y todo se resume en mi temor por ser una mala persona: una mala compañera de trabajo, una mala esposa, una mala hermana, una mala hija… Por eso, cuando algo sucede con alguien, se me vienen en cadena una serie de recuerdos de eventos similares con otras personas.  Sé perfectamente que todos somos susceptibles, que todos cometemos errores, etcétera, etcétera. Pero, no sé, esas cosas me afectan mucho.
Luego me puse a pensar en que esta etapa del doctorado ha sido una de mis etapas más tranquilas, y tiene que ver con la escasa relación que tengo que llevar con otras personas. El doctorado, bien me lo dijo la directora, es una labor predominantemente solitaria. Y la verdad es que eso me había sentado muy bien.
Claro, llevas clases con compañeros, realizas una que otra actividad en equipo, compartimos un mismo espacio de trabajo… Pero lo cierto es que cada quién trabaja en lo suyo.
Ahora, con el renacimiento de otro proyecto, llevo un año ya trabajando semana a semana con un grupo de personas, y de pronto han llegado los choques que suele haber en cualquier relación laboral. Descuidos, malentendidos, estrés. Y la situación de estrés aumenta porque todos estamos involucradas en otros trabajos y proyectos. Y no es que haya pasado algo grave; en realidad, vamos muy bien. Por supuesto que hay cosas que pueden mejorar y detalles en los que hay que trabajar. Pero ahí vamos.
Hasta aquí lo usual.
Pero lo que no es del todo normal es que me afecte tanto que una persona esté un poco molesta o sentida conmigo. Que me afecte tanto pensar y repensar si dije mal las cosas, si tengo razón o no o hasta dónde, si otra vez estoy siendo esa persona gruñona que suelo ser cuando las cosas no salen como me gustaría que salieran, cuando las otras personas no reaccionan con la rapidez que me gustaría…
Y por supuesto que no es que yo sienta que soy perfecta o mejor en el trabajo: me molesto tanto o más conmigo misma cuando hago algo mal o se me olvida revisar tal o cual cosa.
Y bueno, ayer llegué otra vez a esa confesión que me he hecho ya tantas veces, y que en esta ocasión confesé a mi bebé: me da miedo la gente. Me da miedo relacionarme con la gente. Me da miedo cometer errores en esas relaciones y que la gente se enoje conmigo como ya me ha pasado antes.
Con ciertas personalidades no hay problema; me dicen abiertamente que soy medio enojona y ya, nos reímos y no pasa nada. Pero con otras personalidades el choque se va haciendo bolita de nieve y termina en un quiebre rotundo e irreparable en la relación, ya no sólo laboral, sino personal.
Y, pues no sé, quizá esto también suele pasarle a muchas personas.
Pero no me parece sano que esas cosas me afecten tanto. Y me hace cuestionarme qué es lo mejor para mí, para mi esposo y mi bebé. ¿Debo tomar decisiones con base en esto? ¿Qué pasará cuando termine el doctorado y tenga que conseguir un trabajo como tantos otros en los que son inevitables los roces entre personas? ¿Debería evitar a toda costa un trabajo así? ¿No será que pensar así es derrotista y es huir del problema ante el menor obstáculo? ¿Es esto un buen ejemplo para mi hijo? O bien, ¿es una decisión sana y responsable?

jueves, 13 de septiembre de 2012

El sueño

Por lo general, mi ciclo de sueño está fuertemente asociado a la luz: si hay luz natural, me despierto; si ya no hay luz natural, me da sueño. Nunca fui de esos niños a quienes tienen que mandar a dormir a fuerzas, y esa tendencia a dormir en cuanto oscurece continuó en mi adolescencia. Sólo durante mi época universitaria podía dormir menos horas y rendir como si nada al día siguiente, pero incluso en esa época me costaba superar ese lapso de sueño que me da en cuanto oscurece. 
Fue también en mi época universtaria que tuve esos episodios que llevaron al diagnóstico. De hecho, el primer episodio hipomaniaco surgió en un momento en que tenía muchísimas actividades: trabajaba y estudiaba, llevaba materias de sobrecarga, pertenecía a asociaciones estudiantiles, en fin. Eso, por supuesto, empezó a incidir en mis horas de sueño. Y, de pronto, mientras más cosas hacía más cosas quería hacer y menos necesitaba dormir. Llegó un momento en que ya no me costaba superar ese periodo de sueño. Es más: ya ni quiera aparecía el sueño. De ahí a pocos días se desató la tormenta. 
A raíz de mi diario me di cuenta de la estrecha relación entre mi ánimo y mis horas de sueño. Por un lado, las desveladas continuas afectan directamente en mi ánimo. Entonces procuro, en la medida de lo posible, despegarme de lo laboral a las seis o siete de la tarde. Luego, invierto las horas siguientes a otras actividades: caminar con mi pareja y nuestro perro, preparar la cena, escuchar música, ver alguna película, salir con mi pareja y amigos. Mis amigos dicen que soy como una viejita, pero sí: a las diez de la noche empiezo a sentir el sueño por la falta de luz, y poco a poco voy huyendo a mi cama para dormir a eso de las once, once y media. Eso me da suficiente descanso como para levantarme a las siete o siete treinta.
Por otro lado, si por alguna razón noto que tengo más sueño de lo habitual, que a pesar de las ocho horas me siento con poca energía y poco ánimo durante el día; o bien, si noto que necesito dormir menos, que tengo tanta energía y tanta actividad mental que simple y sencillamente no quiero ni puedo dormir, son señales de alerta. 
Ahora que estoy embarazada he notado que quiero dormir un poco más, o que me canso más fácilmente. Pero es un cansancio y un sueño diferente, que nada tiene que ver con síntomas de depresión. Aunque sí me pregunto qué pasará en esos primeros meses de vida del bebé o, ya entrada en el tema, con mis horas de sueño de aquí en adelante.
Ojalá que mi hijo se parezca a mí y sea de esos raros especímenes que a las ocho de la noche ya están dormidos. 
Por alguna razón, a pesar de este cuestionamiento, me siento confiada en que todo saldrá bien. No sé, a lo mejor no debería confiarme tanto. O no sé, a lo mejor hago bien en no preocuparme antes de tiempo. 
Ya les contaré.

miércoles, 29 de agosto de 2012

El entorno

Hace algunos días platicaba con algunos amigos psicólogos y salió el tema de la depresión y el suicidio. Yo les pregunté acerca de su postura, sobre si este tipo de trastornos afectivos tienen un componente genético o no. Uno de ellos me respondió que es muy probable que sí lo tenga pero que, con todo, él apuesta a que lo que más influye en una persona es su entorno. Es decir, todas las circunstancias que rodean a la persona. Si una persona es propensa a desarrollar cierto trastorno y las circunstancias son tales o cuales, pues habrá mayor posibildad de que el trastorno, efectivamente, se manifieste.
Recién me diagnosticaron, tomé una postura más hacia lo genético cuasi determinísticamente. La psiquiatra me había dicho que no se trata de individuos bipolares, sino de familias bipolares. Usualmente, en la familia del bipolar pueden rastrearse historias del tío loco o de la bisabuela rara. En mi familia, efectivamente, abundan las historias de este tipo. De hecho, tengo noticia de al menos tres suicidios. 
La verdad es que yo tuve una infancia feliz, y tengo la fortuna detener buenos padres y buenos hermanos. Esto me llevó a pensar en la supremacía de lo genético.
Ahora, me voy más por un punto intermedio. Definitivamente, saber más del trastorno me ha permitido saber más acerca de mí y de mi familia. Pero también puedo ver que aquellos miembros de la familia que han vivido circunstancias difíciles suelen tener las historias más extremas. Como el suicidio, por ejemplo, o como momentos de euforia que los hacían abandonarlo todo (todo, literalmente), salir de casa sin rumbo fijo y llegar inclusive hasta otros continentes.

jueves, 19 de julio de 2012

Embarazada

En estos días mi esposo y yo cumplimos cuatro años de casados. Cumplí también, de cierta forma, cuatro años de estabilidad emocional y de salud en general. Todavía detecto cómo, cuando el trabajo y el estrés me abruman, viene inevitablemente una racha de mal humor o de tristeza. Pero hemos sabido lidiar con eso.
Ahora, nos hemos enterado que estamos esperando un bebé. Me entusiasma la idea, por supuesto, y me siento muy contenta. Pero, por otro lado, me da un poquitín de miedo. Miedo porque en estos meses me he involucrado –otra vez– en muchos proyectos, y temo que voy a tener que renunciar a alguno o a algunos.
Si de por sí para cualquier mujer la noticia de un bebé implica un reajuste en su vida. No quiero decir que sea más difícil o más fácil, supongo que como quiera es un reto. Un reto que se asume con amor, eso sí. Es sólo que no puedo evitar sentir un poco de temor y de dudas, sobre todo: ¿lo haré bien? ¿Seré una buena madre?