lunes, 27 de junio de 2011

Persona con capacidades sociales y laborales diferentes

Una de la cosas que más trabajo me ha costado aceptar es que ya no puedo mantener un ritmo laboral y social como el que mantenía antes de mi primera crisis de hipomanía. Mi ya escasa tolerancia al estrés.
Hay ocasiones en que percibo esto con una sensación de culpa: siento que no hago lo que debería de hacer. Me comparo con otras personas, a veces de más edad que yo, que hacen miles de cosas: en su trabajo son los que más aportan y aun así se dan tiempo para meterse en nuevos proyectos.
Recuerdo que un día yo fui así: escuela, trabajo, actividades extracurriculares deportivas y culturales; representación estudiantil; salidas nocturas con amigos prácticamente todos los días de la semana. Y siento una especie de nostalgia y, a la vez, de insatisfacción.
A veces recuerdo que elegí algo diferente, que elegí mi salud por encima del trabajo y esa idea extraña de mujer exitosa que está en mil proyectos. A veces me digo: además, también elegí dedicarle tiempo a mi familia. Tiempo como esa Alejandra que me gusta ser: risueña.
Otras, se me olvida todo esto e intento hacer un poco más. Lo malo es que aceptar nuevos proyectos se me hace una adicción, y cuando menos me doy cuenta ahí estoy otra vez: con accesos de ira y mal humor, con depresiones, o en una cadena interminable de actividades por las que termino cada vez con menos sueño, cada vez con ganas de algo más, un reto más, algo más excitante.
Hasta la caída.
Justamente como en ese primer episodio.
Para mí, estos asuntos de proyectos están relacionados con las relaciones personales. De alguna forma. Ahora que lo pienso a lo mejor para empezar ahí está el problema. ¿Por qué pienso que para mantener una relación tengo que decir que sí a todo? Pues no lo sé. Pero justo acabo de decir "no" a una amiga, "no" a una invitación para una oferta de negocios. Y he aquí la culpa.
La otra verdad es que cada día me doy cuenta cada vez más que me cuesta relacionarme con otras personas, fuera de mi familia más cercana y de mis amigos más cercanos. Al final termino no asistiendo a la mayor parte de las fiestas y eventos a los que me invitan mis conocidos. Y últimamente también termino no aceptando participar a la mayoría de los proyectos que me invitan.
Mi reacción inmediata es esta: sentirme como una incapacitada laboral y social.
Pero también recuerdo por qué me es tan importante decir que no, si no quiero hacerlo, o si no me apasiona realmente, o si hay cosas que priorizo por encima: mi familia, mi salud y el tiempo que dedico para mí.
En fin. Nadie dijo que esto iba a ser sencillo.

jueves, 9 de junio de 2011

Tai Chi

En una entrada anterior hablaba de la importancia de hacer ejercicio. Yo creo que cada quién debe encontrar el ejercicio más adecuado. Hay quienes sienten que ejercicios como el box son más liberadores, otros prefieren correr. A mí me funciona muy bien el Tai Chi.
Una de las cosas que me gustan mucho del Tai Chi es que el ejercicio no sólo se enfoca en el aspecto físico pues, como disciplina de origen chino, la práctica tiene una profunda base en la filosofía taoísta. Entrar a una disciplina desde la cual todo tiene su lado Yin, la ladera oscura de la montaña, y su lado Yang, el lado soleado de la montaña. Y ambos son necesarios. No hay moralidad: lado bueno, lado malo. Sino que a través del Yin Yang la naturaleza se manifiesta y se transforma.
Ya se imaginarán que desde esta perspectiva, los dos polos de la bipolaridad son necesarios, forman parte de un todo que soy yo. Son fuerzas. Fuerzas que es posible equilibrar. Y, para mí, equilibrar fue la palabra clave.
El Tai Chi me ayudó a aceptarme como soy, a comprender que también la bipolaridad es parte de lo que me hace ser quien soy, sin que esto signifique algo bueno o algo malo. Me ayudó a saber que es posible vivir, vivir bien, en equilibro.
El Tai Chi llegó a mi vida casi al mismo tiempo que llegó el diagnóstico. Si llegaba triste y cansada a la clase, salía con energía. Si llegaba con mucha energía, a través de las formas la energía fluía, se movía, y al final de la clase, sí, ahí estaba esa energía, pero circulando en armonía con mi cuerpo.
Debo decir que el Tai Chi no es magia. Es una disciplina. Y como tal los resultados son más palpables mientras más constante seas. Y va más allá de la hora de clase, o de tu práctica: tiene que ver también con el ritmo de vida que uno lleva, con la alimentación, con las horas de sueño. Para mí fue comprender que todo está relacionado con todo.
Tuve suerte: mi maestro no se conforma con enseñarnos las formas. Al final de la clase nos lee un poco de teoría, reflexiones taoístas.
Así fue como me decidí a hacer un cambio en mi vida y tomar el control de mi bipolaridad, no sólo con pastillas y terapias psicológicas.
Y la verdad estoy muy agradecida. Y me siento muy bien.

lunes, 25 de abril de 2011

Uno de esos momentos

Qué ganas de llorar de pronto. Qué alboroto en el estómago. Qué ganas de que todos se vayan y me dejen en paz, en silencio. Este es uno de esos momentos en que me siento alterada, sin poder precisar cómo ni por qué. En momentos así me dan ganas de ponerme a gritar, o salir corriendo, o ambas cosas. He identificado que escribirlo al momento, como ahora lo hago, puede tranquilizarme, más o menos. Lo que definitivamente no me ayuda es estar en un espacio cerrado, como el de esta oficina. Salir al aire libre. Salir. Allá afuera estas sensaciones pierden relevancia, pierden sentido. No comprendo por qué me sentía como me sentía y se va. A veces vuelve, claro. Pero vaya, no es para tanto. A veces, lo confieso, me da un poco de temor que un día no baste este régimen que me ha mantenido tranquila estos cinco años. A veces me da miedo tener una crisis que me supere. Me da miedo que pueda afectar de un modo u otro mi matrimonio.
Pero no.
En momentos así lo mejor es tomar un baño. La caída del agua desde la cabeza tiene un efecto reparador en mí. También me ayuda tomar un té caliente, si es de azahar o alguna hierba relajante, mejor. También me ayuda un buen y fuerte abrazo de mi esposo o de mi madre. Lo malo es que así, en horas de oficina, es difícil conseguir esas tres cosas. En todo caso puedo salir a caminar un par de minutos. Tal vez sí pueda conseguir un té.

miércoles, 13 de abril de 2011

Conócete a ti mismo

Primer paso para una vida bipolar feliz y plena: conócete a ti mismo. Esa conocida y sabia frase puede hacer mucho por nosotros. A mí me ayuda tener un diario. De hecho lo tengo desde niña, a raíz de una tarea que nos encargó una maestra de la primaria. Esto me ha permitido identificar mis primeros síntomas cuando estoy a punto de entrar a un periodo de hipomanía o de depresión, los síntomas cuando ya estoy dentro de la crisis, y cómo me siento días después. Identificar los primeros síntomas es vital. ¿Recuerdan el paralelismo con la diabetes o la hipertensión? No sé si ustedes padezcan de migrañas pero yo sí, y una de las claves para detener tan horrible dolor de cabeza es actuar en lo que se llama aura, justo cuando los primeros síntomas tienen lugar. Ya para cuando te da la migraña muy pocas cosas suelen surtir efecto. Pues algo así pasa con las depresiones o las manías. Es mucho más fácil contrarrestar sus efectos justo cuando empiezan que cuando ya estamos sumidos en la depre o en la exaltación.
Así como hay que identificar los síntomas, hay que identificar qué es lo que puede contrarrestarlos. A mí me funcionan dos cosas: el deporte y el sexo. Si estoy deprimida, por supuesto que no tengo pero ni tantitas ganas de salir a hacer ejercicio, y me cuesta mucho trabajo ponerme en un mood sexual. Pero, como les decía, la clave es hacerlo al inicio, en los primeros síntomas, antes de que la depresión sea más fuerte. No importa lo mal que me sienta, me obligo a ir a mi clase deportiva. Si es necesario me lo impongo como un castigo –porque sí, cuando estoy deprimida tiendo a sentirme culpable de no sé qué y siento que necesito un castigo no se por qué–. Y tampoco importa lo mal que me sienta, luego de una hora de ejercicio me siento un poco mejor. O al menos durante esa hora se me olvida. Y el sexo, bueno, espero que sepan lo que es un orgasmo. Un buen orgasmo te quita la depre porque te la quita. Y si no han tenido un orgasmo, bueno, pues también hay que trabajar en ello. Total, si ya dieron el paso de ir al psiquiatra para el trastorno, qué más da buscar terapia para cosas sexuales. Créanme. Vale la pena.
Por el otro lado, si estoy medio maniaca descargo mi energía en el deporte o en el sexo. Puede ser un tanto peligroso, eso sí. Cuando se está en un estado de manía más actividad no hace sino acelerar el ritmo. Y aquí es cuando entra la constancia. Así es: no se trata de hacer ejercicio o de preocuparme por mi vida sexual sólo cuando me siento mal. Debe ser una cosa de todos los días. Espero dedicar otras entradas más extensas para estos puntos del ejercicio, el sexo, la alimentación, el sueño y todos los puntos que me han funcionado.
El tercer asunto, y esto lo van a encontrar en muchos libros, artículos y páginas de internet, es la comunicación con la familia. Después de todo ellos son los que conviven todos los días con nosotros, y también les toca lidiar con nuestro trastorno. La familia puede ayudarnos a notar esos primeros síntomas si nosotros no los notamos. Por supuesto, uno debe confiar en ellos. Y también hay que trabajar en esa confianza. Es por el bien de todos. Pero ojo: Todo esto es en los primerititos síntomas. Ya se imaginarán o ya les habrá tocado que si nos señalan que estamos así o asado podemos ponernos sulfúricos, hacer caso omiso o deprimirnos más por ser unas personas horribles que representan una carga y bla, bla, bla.
Nada de excusas. Nada de, como me decía un amiga, "pero es que la depresión es así, no depende de mí. Y eso dice el doctor. Y eso dicen estos libros. No hay nada que se pueda hacer al respecto.” Ayúdate, dice el dicho, que yo te ayudaré.

martes, 12 de abril de 2011

Hola, me llamo Fulanito y soy bipolar

En la única sesión de grupo a la que asistí, la que dirigía la sesión nos dijo que lo primero que suele hacer alguien que recibe el diagnóstico del trastorno bipolar es andar presentándose por todos lados: Hola, me llamo fulanito y soy bipolar. Auch, me dije, porque eso era justo lo que estaba haciendo yo. Queremos que la gente nos comprenda pero somos los primeros en etiquetarnos.
La verdad no sé decir por qué estaba haciendo eso. A lo mejor en el fondo buscaba eso, comprensión. Mi reciente episodio hipomaniaco había terminado con una buena parte de mi imagen pública. Así que tal vez también buscaba justificar mis acciones, porque todavía no terminaba de entender qué era lo que había pasado, qué era lo que había dicho y hecho que había terminado con que la mitad de mis compañeros de carrera ya no me hablaran. A lo mejor buscaba “prevenir” a los que me conocían, por si un día hacía o decía cosas raras.
Ahora ya no hago eso. Bueno, de hecho traté de dejar de hacerlo luego de esa primera y última sesión de grupo. Y dejé de hacerlo porque un día vi a una amiga abrirse por completo a la menor provocación, y de pronto vi con toda claridad el peligro que es andar exponiendo información tan personal, tan privada y tan delicada así como así.
Desgraciadamente, si algo aprendí con mis primeras crisis es que no puedes confiar en todas las personas. Es triste, pero es así. No todas las personas han desarrollado la capacidad de comprender al otro.
Cuando escuché lo que decía mi amiga, tuve la sensación de que se colocaba un cartel de tiro al blanco en el pecho. Y, lo peor, es que me quedó muy claro que ella no se daba cuenta. Uno no se da cuenta. Sólo habla. Y habla. Y habla.
Por eso por el momento sólo me llamo Alejandra.
Espero que pronto llegue el día en que pueda firmar con mi nombre completo.
Por lo pronto, el punto de esta entrada es dejar de hacer eso: Hola, me llamo Fulanito y soy bipolar. Independientemente de cómo lo tomen los otros, lo importante es cómo lo tomamos nosotros. Si elegimos que el trastorno defina lo que somos, o lo tomamos como una característica más, como el tener el cabello castaño o rubio, usar lentes o no.

lunes, 11 de abril de 2011

Bienvenidos

Pues bien, finalmente me decidí a abrir este blog.
Hace cinco años me diagnosticaron trastorno bipolar tipo 2, luego de un periodo de hipomanía seguido de una profunda depresión. Desde entonces me he tomado en serio la tarea de conocer a fondo el trastorno. Mucho de lo que ha llegado a mis manos habla de cómo el diagnóstico de una enfermedad de este tipo puede significar una condena para el paciente, puesto que es una enfermedad con la que uno ha de vivir para siempre. Para mí no fue una condena, al contrario. Cuando me dieron el diagnóstico más bien sentí alivio. Alivio de poder entender qué era lo que estaba pasando y por qué me sentía como me sentía sin que, aparentemente, pudiera hacer algo para controlarlo. Para controlarme. Saber que no era mi culpa era saber que no era una persona débil, como temía.
En una consulta a la que también asistieron mis padres, la psiquiatra que me diagnosticó dijo unas palabras esenciales: Una persona con trastorno bipolar no puede sentirse culpable por sentirse triste o excitada, ni puede ser culpada por ello, de la misma manera en que a nadie se le ocurriría pedirle a una persona con diabetes o con hipertensión que controle a voluntad sus niveles de azúcar o su presión arterial.
Sucede que uno de mis padres es diabético y, al escuchar eso, me dijo: Bien, lo difícil es cuando no sabes de dónde viene el problema pero, ahora que lo sabes, ya puedes hacer algo. Me lo dijo una persona que duró más de veinte años sin mayor medicamento para su diabetes que el hacer ejercicio y el cuidar su alimentación. Claro, su diabetes no es juvenil, pero mi trastorno bipolar es tipo 2. Y claro, con los años él también tuvo que recurrir a medicamentos. Pero eso significaba que yo también podía hacer algo.
Y lo hice.
O lo intento.
Este blog es para compartir con todos aquellos interesados en el trastorno bipolar, o en enfermedades parecidas, que es posible hacer algo para mejorar nuestra calidad de vida más allá de tomar pastillas y psicoterapias. Para decirles que no es una condena. Que si bien forma parte de nosotros, la enfermedad no determina lo que somos. Y que, en suma, es posible vivir bien. Y vivir feliz.
Espero que les sea útil.